martes, 10 de marzo de 2009


MEA CULPA, la asumo. Mi forma, mis conocimientos, la crianza que le doy a mis hijas y mis pensamientos chocan de forma violenta en un lugar donde todavía creen en brujería, el mal de ojos con su respectivo azabache, el empache, los muertos y todos los cuentos de camino de nuestra cultura dominicana. En un lugar donde la mayoría no ha oído hablar de Deepak ni de Louise L. Hay; donde los alcohólicos y drogadictos no son enfermos sino sinvergüenzas; donde los hijos le hablan de “usted” a los padres y tienen que acatar las ordenes con un “porque lo digo YO”.


A mi llegada defendía mis pensamientos con vehemencia pero se me hacia imposible explicarle a mis nuevos amigos que la mayoría de las enfermedades se producen en nuestras mentes, que el cáncer no es mas que odio acumulado y que perdonar es una sanacion no solo mental sino física.


Aun más imposible se me hizo tratar de convencerlos de que debemos agradecer a Dios hasta por las cosas que pensamos son malas para nosotros y que cada día al levantarnos debemos visualizar ese sueño por el que vivimos y trabajamos; disfrutándolo, sintiéndolo, tal y como queremos que sea. Cuando les conté que hacia afirmaciones diarias para resolver una situación, para ganar seguridad en mi misma o para obtener algo, incluso material, me miraron como salida de una película de Zombies y desde ese momento asumieron que yo consumía sustancias prohibidas. Uno le comento a otro, casi en susurros:- No dejare que mi hija se junte con sus hijas -.


Uno de mis compañeros de trabajo casi muere de un infarto al comprobar que de verdad la abogada de la empresa (o sea, YO) tengo un tatuaje en la espalda y aun así soy bastante conservadora y tradicionalista en mi vida cotidiana, no soy promiscua, soy demasiado hogareña, conservo mi visa americana y nunca fui deportada de los países.


Aquí el “Poder Superior”, bien podría ser el anuncio de un estimulante sexual y la Meditación y el Yoga una forma de perder el tiempo, los “12 pasos de AA” podrían ser una escuela de baile y Paris de ninguna forma es una persona sino una ciudad, probablemente de New York. Aquí, todavía, cierran casi todos los establecimientos comerciales al medio día y se duerme la siesta; su tradición carnavalesca esta por encima de todo y durante meses es el tema alrededor del cual gira la vida, mas aun que la mismísima Navidad, porque aquí los Santos Reyes dominan el paisaje y Santa Claus no ha hecho, todavía, su aparición.


Nadie entiende porque dejo que mis hijas escojan su ropa, zapatos y el largo de su pelo según sus gustos y que las corrijo con dureza pero con amor, nada de hincarlas en el patio, al medio día, con un guayo en las rodillas. No saben absolutamente nada de Inteligencia Emocional y los muchachos deben estudiar, sacando buenas notas y si le “vuelan” par de cursos, mucho mejor. Aquí “Los Compadres” todavía son figuras de crianza y disciplina en la vida de los ahijados y un “boche” de uno de ellos tiene un peso casi mortal.


Ahora, tres años después, ya aprendí a callar y a escuchar, a tomar lo mejor de esa forma de vida, para mí, un poco primitiva pero con mucha sabiduría. A mantener mis conocimientos dentro de las paredes de mí casa donde puedo hablarle a las niñas de las cosas que me gustaría que aprendan o bien hablarlo con otros tantos, frutos de nuevas generaciones. Pero fuera de mi exageración de escritora considero que nada de esto es malo. Aquí me han enseñado a valorar las opiniones y creencias de los demás, callando respetuosamente y asumiendo que no necesariamente mi forma es la correcta sino que hay otras también validas y se que les sonara irónico, pero fue esta ingenuidad lo que mas me atrajo de esta ciudad. Aquí los niños lo son por mucho más tiempo, no existe esa malicia prematura y los principios morales son tan importantes como comer o respirar. Aquí, todavía, en el colmado te fían casi sin conocerte y se hacen préstamos de boca, solo por la palabra empeñada. Todavía podemos comernos los plátanos del patio y los guandules de la mata, hacer un te de “menta de guardia” y jugar un numero en una rifa de un juego de sabanas.

Mis hijas y yo ya empezamos a odiar los tapones y el corre-corre de la ciudad, cada vez nos volvemos mas y mas rurales. Si esto puede llegar a considerarse una falta de aspiraciones y un atraso en nuestras vidas, sigo asumiendo mi culpa. Lo importante es que aquí somos felices, vivimos menos encerradas y sin temor. Mis vecinos y amigos entran y salen de mi casa sin cita previa, vivimos sin el bombardeo de las grandes ciudades. Nos acostamos “con las gallinas” y al otro día escucho, calladita y sin opinar, las historias de las brujas, que salen de noche y vuelan sobre el zinc de las casas.


Gi

2 comentarios:

  1. Hola!! he leído todos tus escritos.......me encantan!! me tendrás como fiel lectora de tu blog,
    Besote
    La Chinita

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  2. me invitó tu hermana a pasar... y me gustó!!!
    un abrazo!!!

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