miércoles, 4 de marzo de 2009

Saber o mejor, no saber...



Era un día muy cercano a la nochebuena, nadie imaginaba que ese atardecer todos recibiríamos una noticia que haría que los ánimos decayeran en su máxima expresión. Nadie imaginaba que terminaríamos en el velatorio de un amigo que decidió, de una forma horrible, acabar con su vida. Nadie podía entender por que una persona en la plenitud de su juventud, con todo un futuro por delante, con niños pequeños por quienes vivir, tomo una decisión semejante. Las razones de índole económica nos perecían insuficientes, era un absurdo.

Las conjeturas estaban a la orden del día y se oían rumores entre dientes que muchos no nos atrevíamos a creer, mucho menos a repetirlos. Todos, callados, solo podríamos manifestar nuestra pesadumbre y nuestro respeto no pronunciando palabra alguna.

Yo, que soy cobarde por naturaleza, no me atrevo, bajo circunstancias normales, a mirar a la persona fallecida y entendiendo mis limitaciones solo pude pararme en la puerta tratando de tomar valor para acercarme a los familiares a expresarles mis condolencias. La primera persona que veo es a su madre, se me encogió el alma de pensar que un día yo pudiera pasar por semejante trance, pero me mantuve firme. Solo la oía exclamar: -¨Que dolor siento¨ y preguntarse una y mil veces por que su muchacho había tomado semejante decisión. Ella no lo entendía y creo que nunca lo entenderá.-

En los días subsiguientes nos quedo una pena que pocos podíamos disimular y entonces me puse a pensar en lo difícil que debió haber sido para él hacer de la vida de los demás una verdadera tragedia.

Nosotros, los que somos padres, nos pasamos la vida enseñándole a nuestros hijos buenas costumbres y modales inmaculados, también aspiramos a enseñarles a ser honrados, amables, perseverantes, trabajadores, a estudiar y hacerse de una profesión, queremos inculcarles estándares sobre los cuales queremos que ellos vivan, se formen, pierdan la virginidad, escojan pareja y hasta tengan los hijos, por ello, muchas veces, salirse de la regla implica rechazo, reproches y hasta enemistad.

Pero nunca nadie ha hablado de enseñarles a decirnos la verdad, pero no la verdad que queremos oír y que nos hace padres orgullosos, sino su verdad, por dolorosa, amarga y absurda que nos parezca. A sentarse con nosotros sin temor a que los sometan al proceso de una Santa Inquisición, sino aceptando sus errores y decisiones sin más nada en el corazón que un amor puro y desinteresado. Que nos abran su corazón a sabiendas de que no existe una razón en el mundo que nos lleve a juzgarlos, a rechazarlos y mucho menos a dejar de amarlos.

Tampoco nadie nos pide enseñarles a que rompan algunas de las reglas del llamado ¨respeto¨ para averiguar, para saber, para prevenir y hasta para remediar; para que las noticias no los tomen desprevenidos cuando ellos a su vez sean padres, para que el lamento de lo que se pudo hacer no sea eterno .

A lo mejor ahora pensamos que pudo salvarse una vida, si solo hubiera dicho la verdad, si solo se hubiera abierto y expuesto aun con la vergüenza de pedir, de humillarse, de reconocer sus debilidades. Si solo sus padres lo hubieran sabido, pienso que hubieran estado dispuestos a dar más que todas sus posesiones materiales, hasta su vida. Como no saberlo, yo lo haría…….….

1 comentario:

  1. la duda es mas triste que la certeza. yo prefiero saber. pero para saber hay que preguntar o no?

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